sábado, 26 de enero de 2019

POR CINCO CARACOLES...

Éste es Houdini. O era, pues murió ayer, envenenado por comer cinco pequeños caracoles cogidos en un camino cerca de la piscina municipal.
A Houdini nos lo encontramos hace dos semanas en un camino, desnutrido y con un peso tres veces inferior a lo necesario para que hubiera conseguido pasar el invierno. Nos lo llevamos a casa, con la intención de devolverlo a la Naturaleza en cuanto cogiera el peso necesario para poder sobrevivir. Durante el tiempo que estuvo con nosotros, no sólo se había recuperado, doblando el peso, sino que había conseguido que confiara en mí y salía de la casita que le habíamos preparado cuando llegaba del instituto, dispuesto a zamparse la manzana, la pera o los tenebrios con los que, mayoritariamente, le alimentábamos.
Anteanoche, como algo excepcional, le dimos cinco caracolillos que habíamos cogido de un poste del camino mientras paseábamos a las perras. Se los comió con tanto frenesí que ya estaba pensando en ir a cogerle más. No pude hacerlo. Ayer no salió a recibirme. Estaba enroscado, dentro de su cubil. Recordamos los caracoles y saltaron las alarmas. Lo intentamos todo, pero no pudimos hacer nada. En la consulta del veterinario había dos perros que presentaban los mismos síntomas de intoxicación, pero, claro, eran mucho más grandes que mi Houdini..
El veneno que mató a mi erizo sigue ahí. No me cabe duda de que él ha sido sólo una más de sus víctimas; el resto - porque hay más, estoy segura (insectos, aves o, incluso, otros erizos)- no los vemos, porque habrán muerto lejos o escondidos en sus madrigueras. Y, ante esta certeza, me asalta un temor: ¿cómo no pensar que también nos afecta a nosotros, los humanos, que también somos seres vivos, como él y como los perros intoxicados, aunque de mayor tamaño? Definitivamente, algo tiene que cambiar y, por el bien de todos, mejor que sea pronto.

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